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La historia del croissant

Hoy tenemos una nueva columna de nuestro Chef de cabecera Pablo Prieto. Nos descubrirá la historia de uno de vuestros bollos preferidos.

El símbolo francés de la pastelería, de las “boulangeries”, que al pasar al lado te llena la nariz de aromas de infancia, de buenos desayunos, olor a mantequilla, a caramelo… No es tan francés como la Torre Eiffel, ni como Versalles, ni como creíamos ; para acercarnos al origen del croissant tendríamos que remontarnos al siglo XVII.

El Imperio Otomano avanzaba adentrándose en Europa en su guerra con el Sacro Imperio Romano Germánico, en 1683, después de haber arrasado los Balcanes y gran parte de Hungría, el Visir Kara Mustafá con un ejército de casi 200.000 soldados se disponía a invadir Viena, la dificultad de invadir esta ciudad residía en su muralla que rodeaba la urbe en su totalidad; el gran estratega pensó en cavar túneles por debajo de la muralla y sorprender de madrugada a los vieneses en medio del sueño.

Como siempre, viejo oficio el de la panadería, oficio de tempraneros, de madrugadores laboriosos, acudían a los hornos para preparar las primeras masas, par hornear los primeros panes, bollos y delicias de dicha ciudad, fueron ellos quienes dieron la voz de alarma; ese día Viena no amaneció con el gallo, sino con los panaderos a voz en grito, y gracias a su alerta las tropas tuvieron tiempo de reaccionar a la emboscada turca.

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En conmemoración a este acto, los panaderos crearon un bollo con forma de media luna creciente “Lune croissant”, el símbolo de la bandera turca, y por lo tanto comerse este croissant simbolizaba comerse a un turco, una dulce venganza.

Fue a finales del siglo XVIII con la llegada de María Antonieta a Francia, cuando el croissant llegó a instaurarse en Versalles, uno más de sus caprichos, aparte del chocolate y el café que tan arraigados estaban en la cultura Austriaca ya en esos tiempos, la extravagante reina llevó consigo el ahora símbolo más internacional de la bollería francesa, de ahí el nombre de “Viennoiserie” a este tipo de elaboraciones.

Ahora no comemos el croissant con ánimo de comernos al turco afortunadamente, pero gracias a este episodio histórico podemos disfrutar de uno de los mejores bocados que se pueden probar en un desayuno como Dios manda.

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