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El vino es a Occidente lo que el té es a Oriente

El sommelier de té, Eduardo Molina, nos explica los muchos puntos en común que tienen el vino y el té, a través de la historia y en la actualidad.

Esta analogía puede parecer algo incierta o poco clara, pero a mi juicio es una buena forma de comenzar a describir cómo dos bebidas, que a simple vista pueden parecer polos completamente opuestos, tienen tanto en común.

Históricamente  la religión es uno de los factores que une a estas dos bebidas, claro está que en escenarios completamente distintos. Por un lado tenemos al té, bebida asociada a la meditación, meditación que a su vez está asociada a las religiones orientales, al budismo, al zen. Fueron monjes los primeros que comenzaron a desarrollar las plantaciones de té alrededor de sus monasterios, a estudiar la planta, a dar origen a los diversos procesos que hoy en día nos permiten disfrutar de variedades de té tan diversas. Como dicen por ahí: el té y el zen tienen un solo sabor. Tal vez si la palabra té la remplazáramos por champagne la historia nos recordaría a aquel Benedictino que con dedicación e innovación hizo tan popular a la gran Dom Perignon.

También podemos comparar el siglo IX con el siglo XV, mientras en el IX los chinos influenciaban a Japón con su religión, al mismo tiempo introducían el té por primera vez como una herramienta fundamental para la meditación. En el siglo XV llegaban los españoles por primera vez a América, en un afán de conquista, en búsqueda de riquezas y trayendo la luz de la evangelización del catolicismo a través de la misa, misa que sin vino no podía ser celebrada, más que mal el vino es la sangre de Cristo. Así como en la antigua Roma adoraban a Baco el dios del vino, en China se encuentran estatuas por todos lados en homenaje a Lu Yu, el poeta autor del Cha Ching quien durante el siglo VIII dejó un gran legado a la cultura del té en China a través de su obra y hoy en día es considerado el patrono del té.

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Como pueden ver, hechos distintos, con siglos de desfase y en localidades tan remotas entre sí, tienen algo en común, una bebida, la cual ha ganado tal importancia que ha marcado civilizaciones.

En la actualidad el mundo se hace cada vez más y más pequeño gracias al desarrollo de las comunicaciones y del transporte y por esto es que hoy en día estas dos bebidas íconos de Oriente y Occidente se comparten. Por lo mismo en China el consumo de vino en volumen ha aumentado en un 27,7% este último año,  mientras en Chile el gasto en té aumento en un considerable 37%. La preocupación por la salud y los incontables estudios que universidades en todo el mundo hacen para demostrar los beneficios del té, han hecho de esta bebida mucho más popular, pero si lo pensamos bien, ¿no pasa exactamente lo mismo con el vino? Cada día hay otro grupo de universidades demostrando lo saludable que es acompañar nuestras comidas con la bebida proveniente de la vid, por lo que ambas bebidas no sólo se topan en la forma de vivir su historia y de evolucionar, sino también en sus propiedades.

Pero no todo es salud e historia ni cifras financieras, también es cultura, es interacción, ya que el vino es una bebida social, que insta a la conversación, a la reunión, por lo mismo las botellas de vino son de 0,75 cl. para poder compartirlas, y por la misma razón una tetera promedio rinde 4 tazas, porque al igual que el vino, el té también es una bebida social, que nos junta y nos hace compartir, hecho demostrado empíricamente a través de la clásica hora del té o de la once chilena.

¿Cómo va evolucionando la cosa? Si bien hace 10 años el vino era blanco y tinto, hoy ya lentamente la cosa ha ido cambiando, palabras como Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay nos son mucho más familiares, el interés está naciendo y eso hace el cuento mucho más entretenido. Por el lado del té aún estamos estancados en los colores, se habla de negro, verde y rojo, por ahí suena algo el blanco y del azul (oolong) aún no se escucha mucho, ni hablar de variedades de té como el Long Jing, el Darjeeling o el Keemun, que son pocas veces conocidas y sólo por aquellos amantes del té que autodidactamente investigan y tratan de probar nuevas cosas.

Pero así como ocurrió con el vino creo y espero pasará lo mismo con el té, a medida que eduquemos el paladar, despertemos el interés y nos arriesguemos a probar cosas nuevas, aquellos nombres exóticos nos parecerán mucho más cotidianos. Y por qué no, así como hoy maridamos un ceviche de corvina con un Sauvignon Blanc, mañana podremos estar maridando un sashimi de salmón con un delicioso Sencha.

Si bien, históricamente el vino es a occidente lo que el té es a oriente, podemos ver que las barreras ya cayeron, hoy todos disfrutamos de todo y vamos encaminados en la misma dirección, dos bebidas aparentemente opuestas entre sí, alcohólica y analcohólica, ¿quién dijo que el vino y el té no tenían nada en común?

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