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Los orígenes del vino en España

Descubre el origen del vino en la península ibérica. Los factores más importantes para su desarrollo y lo que implicó.

El vino es uno de los productos más importante para España, no solo por la importancia cultural que significa dentro de la propia historia de los pueblos y comarcas vinícolas españolas, si no también por lo que significa dentro de la dieta mediterránea.

Pero dejemos el término España, que es una concepción mucho más reciente de la propia historia del vino, vamos a referirnos a iberia y la península ibérica. Existen algunos testimonios arqueológicos que verifican que los indígenas de la Península Ibérica ya tenían conocimiento de la existencia de la vid, ya que hay evidencias de que usaban y cultivaban vides para su consumo. Estos hallazgos la sitúan en la Edad del Bronce en la provincia de Granada y una tumba donde se encontraron semillas de uva cultivada y vasijas con depósitos de mosto.

Y todo indica que fueron los pueblos fenicios, griegos y romanos los que introdujeron la vid en la península. Existen hallazgos que muestran que el lagar más antiguo, del que se posea referencia, se sitúa en la colonia fenicia del Castillo de Doña Blanca, cerca de Cádiz. Este estaba en uso allá por el siglo VIII a.C. Debieron ser estos mismos los que trajeron consigo las técnicas de cultivo y producción, e incluso las cepas más adecuadas.

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Griegos, púnicos y romanos, consolidaron esta industria, hasta el punto de ser conocida por todo el Mare Nostrum gracias a sus caldos: vinos de Hispania. Fueron los griegos los que tomaban el vino con agua ya que tomarlo sin mezclar estaba mal visto.

Teucrio describe a los vinos como venerables cuando cumplían los 4 años de edad, esto se debe a que es a partir de este tiempo cuando alcanza su punto más óptimo de envejecimiento.

El vino podía conservarse en toneles de madera, recipientes hechos en pieles de cabra y ánforas impermeabilizados con aceites y trapos engrasados; por lo que el aire estaba en contacto con el vino en todo momento. El vino conservado en madera no alcanza la madurez hasta pasados los tres años; mantenido mayor tiempo no mejoraba pero podía deteriorarse.

La producción de vinos impulsó la industria de la cerámica para beberlos, servirlos, mezclarlos, libarlos y transportarlos a la capital del Imperio. Millones de fragmentos, posiblemente de todas las ánforas que llegaban diariamente a Roma con productos de todo el planeta, se descubrieron en el monte Testaccio. Muchos de estos restos llevan impreso su origen y el año de fabricación, que frecuentemente resulta ser la insignia de un alfarero español que elaboraba utensilios para beber, servir o transportar caldos gaditano, de Montilla-Moriles o el Penedés.

Curiosamente, también tienen un origen antiguo muchas de las máquinas que se emplean en la producción de vino, así como las formas más adecuadas para su envasado. Como, por ejemplo, las prensas: de palanca o cabestrante, con contrapesos cilíndricos, otras de cuerda o jaula… ya existían en tiempos clásicos.

Aunque extraer el mosto de la uva mediante la presión con las manos, es sin lugar a dudas el método más primitivo, que pervive en el vino de lágrima. Por eso no es de extrañar que hayan perdurado los nombres latinos y griegos para denominar las técnicas, colores o texturas, o ciertas partes de la planta.

Con la caída del Imperio Romano la viticultura se ve gravemente afectada debido a que el vino pierde aquí su carácter festivo personificado por el dios Baco. En la Edad Media vuelve a tomar auge, esta vez como símbolo cristiano, apoyado por el catolicismo que lo eleva a la más alta dignidad simbolizando la sangre de Cristo.

A partir de este momento el cuidado de la vid pasa a ser preocupación de los eclesiásticos, las vides subsistieron para consumo local, en particular para la Sagrada Comunión. Por lo tanto, la continuación del vino como bebida, y la aparición de famosas bodegas, fue consecuencia de los esfuerzos de monjes y monarcas distinguidos por su devoción a la iglesia, que se preocuparon por el cuidado de la vid.

Por todo ello, desde entonces, muchos de los montes y colinas de nuestro país están cubiertos de viñedos y su producción comenzó a ser orgullo de nuestros campos y ciudades.

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